El Día de Muertos es una de las fechas más esperadas y tradicionales de México. Esta es una celebración en la que recordamos a aquellos seres queridos que se nos adelantaron, pero que  en nuestra mente y corazón siguen presentes y para ello los recordamos con ofrendas, comida y colorido…

Una de las partes favoritas es el pan de muerto, que además de exquisito, está presente en la vida de todos los que  vivimos en la Ciudad de México. Este postre está cargado de una gran historia, porque cada región de nuestro país le  aporta distintos atributos y significados.

El origen del pan de muerto se sitúa en la época de la Conquista, el cual fue inspirado por rituales prehispánicos cuando se practicaban los sacrificios humanos. La creación de este pan se dio gracias a que los españoles encontraron muy violenta esta práctica, por lo que sugirieron se preparara un pan de trigo cubierto de azúcar roja, el cual simulaba el corazón de las doncellas. El círculo que se encuentra al centro simboliza el cráneo del difunto y las tiras realzadas que se cubren alrededor son la imitación de los huesos que conforman el cuerpo humano; en algunos casos se llega a agregar esencia de azahar, la cual evoca el recuerdo de los difuntos.

El pan de muerto suele prepararse de formas distintas, todo depende de la región y las costumbres. En Puebla le ponen semillas de ajonjolí y en Oaxaca es un pan de yema decorado como alfeñique, en Yucatán se come relleno.

En la CDMX lo tradicional es un pan de vainilla cubierto de azúcar y en algunos casos está relleno de chocolate, nata y/o crema. Para este año 2020, un año difícil, estará marcado en los hashtags como el año del pan de muerto negro. Ya sea con ceniza de totomoxtle (la cascara del elote tatemada), carbón activado o, bien, con chocolate. Estos panes  ya se pueden conseguir en diversas panaderías de autor, la mayoría de ellas ubicadas en la Colonia Roma, como Panadería Rosetta o la cafetería “Café Curado”.

 

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