En 1592, por instrucciones del virrey Luis de Velasco, se creó la Alameda del centro de la Ciudad de México con el objetivo de tener un sito de esparcimiento para la aristocracia. En sus inicios, este lugar contaba con una grande zona llena de árboles y únicamente una fuente. El nombre se le dio porque los árboles que se plantaron allí eran álamos.
Sus primeras remodelaciones fueron en el siglo XVIII. Se modificaron los jardines, plantando fresnos y sauces, se ampliaron los terrenos, se eliminaron bardas -que impedían que clases sociales distintas a la aristocracia tuviera acceso- y se instalaron esculturas y fuentes.
Entre las fuentes que podemos apreciar se encuentra la “Fuente de las Américas”, creada por Hubert Lavinge, donde aparece una mujer rodeada de tritones y aves. “La primavera” de Louis Sauvageau, una representación de una mujer con un cántaro y “Neptuno” de Gabriel Dubray.
En el lado oriente, se ubica la fuente del “Nacimiento de Venus”, obra de Mathurin Moreau, que emerge de la espuma del mar pero que desató inconformidad en la sociedad, por verse como “una señora tan poco vestida”. A unos metros, se ubica a las llamadas “Aguadoras”, la escultura de dos mujeres que vacían sus cántaros sobre una pileta.
Puedes apreciar una réplica de Malgré (a pesar de todo), una escultura en mármol de Jesús Fructuoso Contreras, que representa a una mujer desnuda, encadenada y en el piso. Otras grandes esculturas que encontramos en la Alameda son los gladiadores ubicados del lado izquierdo del Hemiciclo a Juárez, el primero es un frigio apenas con una especie de manta que sostiene en su brazo, el otro es un gladiador romano, que se puede apreciar completamente desnudo y con una espada. Ambas esculturas en bronce son obra de José María Labastida.
Actualmente, la alameda central ya es un punto de encuentro para todos los estratos sociales. Un sitio de esparcimiento e incluso una pausa para el romance y coqueteo.