Es la cabeza de un caballo sobre una base de concreto en forma de prisma hexagonal que mide 28 metros, construida con placas de acero y  recubierta con esmalte de acrílico que  ayuda a dispersar los malos olores de los vapores que surgen de una lumbrera del sistema de drenaje profundo.

El encargo de Max Hadad, dueño del edificio identificado como “El Caballito”, quería una escultura que reemplazará a El Caballito de Tolsá pero que además funcionara como respiradero, así que los 28 metros de la escultura ayudaron para que el olor del vapor fuera menor.

Para el artista, fue todo un reto, no era fácil poner una escultura en uno de los cruceros  más importantes de la Ciudad y además sustituir el caballo de Tolsá. Su concepción no fue crear  un caballo de cuatro patas y con jinete, solo fue la evocación de la cabeza del animal de color amarillo para que se vea a pesar de la contaminación y que de alguna manera simbolizaba el cambio de nuestros tiempos y de la misma Ciudad.

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