La actual calle de Mesones hace algunos siglos se conocía como la de las Gallas (o sea de las mujeres locas de su cuerpo).

Esto se debe a una casa con el mismo nombre, “Las Gallas” que, fungió como una de las primeras casas de tolerancia del continente. Sobre la calle de Mesones número 167, este inmueble conserva el color rojo de la antigua época y una placa de recordatorio del sitio donde estuvieron los primeros burdeles que hubo en la Ciudad de México

«En esta calle se establecieron en el siglo XVI las primeras casas de tolerancia en la ciudad». Luego de destinar un sitio para la cárcel, la horca y la carnicería, los fundadores de la ciudad colonial requirieron el establecimiento de una casa pública de mancebía, un lugar en donde se desfogaran los soldados, los solitarios, los aventureros que todos los días llegaban a poblar aquella ciudad recién fundada.

Mesones se erigió como una calle de hospederías en la que a toda hora rondaban arrieros, comerciantes, buscavidas. Y también, nobles y aristócratas novohispanos (quienes según una denuncia anónima, entraban a los burdeles con la cara tapada).

En 1538, con una cédula que terminaba con la frase: «Yo la reina», se autorizó el funcionamiento del primer prostíbulo de la ciudad. No se sabe a ciencia cierta dónde fue instalado. Lo habitaban mujeres españolas recién desembarcadas. En 1542 se concedieron cuatro solares al final de la calle de Mesones, para que se construyeran allí cuatro casas públicas.

En la entrada de estas mancebías debía colocarse una rama de árbol, símbolo que desde tiempos inmemoriables indicaba el oficio que se practicaba en ellas. De ahí deriva la palabra «ramera», aunque el público novohispano prefirió referirse a las prostitutas con una batería de nombres despectivos: putas, bagazas, huilas, leperuzas, cuscas.

A sólo cuatro o cinco manzanas de la Plaza Mayor, las casas de mancebía tuvieron entre los hombres de Nueva España una espectacular recepción. Fray Juan de Zumarraga no tardó en denunciar ante el rey a los sacerdotes Rebollo y Torres, quienes salían de noche «con pretexto de ir a buscar ídolos para destruirlos», y en realidad visitaban los concurridos prostíbulos.


Era tan grande el escándalo que un vecino de las Gallas, «Ortiz el músico», que poseía en esa calle una escuela «de danza y taller» (y según Bernal Díaz del Castillo había introducido el arte de la música en la Nueva España) pidió permiso al Ayuntamiento para mudar su escuela: literalmente, para llevar su música a otra parte.

El rey Felipe II reglamentó en 1572 la existencia de las casas públicas de la Ciudad de México. A su cargo de éstas debía estar «un padre» o «una madre», encargados de vigilar la aplicación del reglamento (de ahí, los términos «padrote y «madrota»).

Las gallas debían ser mujeres huérfanas o abandonadas por sus padres. Estaba prohibido enrolar vírgenes, menores de doce años y mujeres casadas, o que debieran dinero.

De acuerdo con la historiadora Josefina Muriel, en aquella ciudad en la que la honra de las mujeres decentes debía ser salvaguardada por todos los medios, los hombres no tenían más opción que visitar los burdeles. En consecuencia, las prostitutas se enriquecieron: fueron ampliamente vestidas, alhajadas, recompensadas por sus clientes. Algunas llegaron a derrochar «lujos inmoderados» que se levantó en su contra una airadísima protesta.

Hay un decreto de 1670 que enumera a algunas de las gallas más famosas de ese tiempo. Sus apodos resultan inolvidables: la Chinche, la Sedacito, la Vende Barato, las Priscas (las ingenuas) y la Manteca (tal vez le decían así por la blancura de su piel, o por la consistencia de sus carnes).

En Mesones, dice Don Artemio de Valle-Arizpe, «los pecados andaban por lo alto y las virtudes por el suelo». Durante una razzia efectuada en 1809 (hasta esa fecha habían llegado los prestigios de la calle), una mujer detenida en un prostíbulo declaró que sólo había ido a cobrar una colcha, y un administrador, al que habían pescado con los calzones en la mano, aseguró que había asistido a es sitio «a pedirlas prestados».

Fuente: Guía turística, cultural e histórica para promover a la Ciudad de México. Ciudad sueño y memoria. Héctor de Mauleón. Ediciones cal y arena. México. 2013. ps. 190, 191, 192, 193. Créditos: @juan jesús cadena bautista

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